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Solatz #22. Hacer cosas que te anclen a tierra
(texto escrito en noviembre del 2017 – autorecordatorio)
Comprar nueces con cáscara para abrirlas cuando las vayas a comer y poder escuchar el crujido, un crujido que es un quejío flamenco que te da pistas sobre el trabajo que a la naturaleza le ha costado crear esa nuez. Comprar a granel el grano, las legumbres, la pasta, las frutas y las verduras para darle esquinazo a los plásticos.
Cocinar para ver disfrutar a alguien querido. Elegir un plato del recetario familiar y dedicar una tarde a prepararlo. Hacerse con un buen cuchillo y una buena tabla de madera con los que trocear las verduras a conciencia, para que se cocinen de forma homogénea en el aceite de oliva. Cerrar los ojos y respirar los vapores de los frutos de la tierra, siendo transformados en alimento para el espíritu.
Enamorarse del proceso, por corto que sea, de hacer que algo pase.
Cruzar la ciudad en bicicleta y sentir en tus manos la vibración provocada por los adoquines y el asfalto agrietado. Regatear baches, badenes y resaltos que va dejando el paso de camiones y autobuses y el abrir y cerrar de zanjas. Serpentear entre callejuelas de aceras estrechas para huir de las ruidosas y contaminadas avenidas de cuatro carriles, hacerle quiebros a la ciudad para llegar a tu destino con la sensación de haber exprimido una máquina que alguien diseñó pieza por pieza en la otra punta del mundo.
Caminar por la ciudad en vez de usar el metro o el bus. Pisar las aceras resquebrajadas por los bruscos cambios de temperatura que hay entre la noche y el día, y que son típicos del clima de la península ibérica. Desviarse del camino habitual para cruzar un parque y sentir cómo la temperatura desciende un puñado de grados de forma repentina, escuchar el crujido de la arenisca y caminar en silencio para no molestar a los árboles cuando hablan.
Escapar de la ciudad y desconectar durante varias horas en la naturaleza.
Entender que la naturaleza es un entorno que nos cura y nos ayuda a espantar los demonios interiores.
Olvidar los guantes y la bufanda a propósito, aceptar el frío como parte indispensable del ciclo de la vida y sentir como se te acorchan las mejillas y te duelen los dedos de las manos. Cerrar el paraguas para sentir la lluvia.
Ejercitar tus músculos al aire libre y utilizar sólo el peso de tu cuerpo. Tirarse al suelo, clavarse piedrecitas en las manos y ensuciarse con las hojas, la hierba y el barro.
Disfrutar el camino y mostrar indiferencia con el resultado final.
Pasear hasta el cine engarzado a otra persona y comprar los tickets en taquilla, en vez de elegir algo de Netflix. Preguntar a la persona que te vende los tickets sobre la película que has elegido ver, sabiendo que no vas a cambiar de opción.
Hacer el gesto de colocar un vinilo en el tocadiscos, de colocar una cinta de casete o de insertar un cd en la pletina para escuchar música, en vez de simplemente reproducir algo en Spotify.
Establecer relaciones con los objetos que nos estimulan los sentidos y nos producen sensaciones inexplicables.
Buscar conversaciones sin juicios ni reproches para conectar con ciertas personas, en este momento en el que vivimos más aislados y separados del resto que nunca.
No siempre, no todos los días, pero sí a menudo.